Cuanto más dedicamos tiempo a observar nuestra mente, de más oportunidades disponemos para conocer con cuánta frecuencia surgen nuestras aflicciones mentales: nuestros pensamientos maliciosos y codiciosos, la envidia, la arrogancia. Cuanto más nos aplicamos a observar nuestras acciones de palabra y cuerpo, más nos volvemos conscientes de los errores que cometemos, del daño que causamos. Por eso quienes cultivan su mente sinceramente ejercen la humildad, y con poco o nulo tiempo cuentan para apuntar el dedo a los desaciertos y defectos de los demás: el arquetipo despierto de esta cualidad lo veo en mis maestros, quienes no precisan promocionar sus virtudes pues son un ejemplo vivo de ellas.En mi experiencia personal, siguiendo el consejo de mi maestro Ven. Lobsang Choegyal Rinpoche, llevo un diario de mis defectos y errores. Sí: plasmo en papel todo lo aflictivo y equivocado que voy notando en mí. Y al contrario de lo que uno pudiera imaginar, este ejercicio no disminuye, sino que incrementa mi autoconfianza. La razón es que, como nos enseña Rinpoche, por cada error advertido, hay una práctica para llevar a cabo, hay un remedio. Por ende, llevar nota de mis desperfectos es una acción aliada de mi aspiración de mejorar, de crecer, de volverme una mejor persona.
De manera aledaña, hacer para mí misma más visibles mis fisuras es un apoyo para contrarrestar el orgullo que subestima y critica a los demás. Para realmente transformarnos y llegar a ser de beneficio a otros por un lado precisamos conocer las propias fallas. Por otro, saber que son adventicias, que no forman parte de la naturaleza de la mente, que podemos sobreponernos a ellas. No es un trámite instantáneo, pero el esfuerzo, gradualmente, como las olas que horadan las rocas con su constancia, trae a su debido tiempo los frutos. Una vez más, cuento con la fortuna de ser testigo de seres humanos que en su forma alegre, sabia y humilde de ser, revelan haberlo logrado.
Espero esta reflexión les sea de beneficio de algún modo.
Un abrazo amoroso a cada uno 🤍