Mi maestro el Venerable Lobsang Choegyal Rinpoche me recuerda la importancia de pensar en el beneficio de los estudios y la práctica a largo plazo, de generar una mente vasta que desea beneficiar a todos los seres sintientes no en un mes o un año, sino a largo plazo. Por eso en el Budismo Tibetano el símbolo para el entusiasmo es la tortuga, que va paso a paso, lentamente, pero llega a su meta. Ese fue el regalo que me hizo mi maestro para un cumpleaños: un pequeño alhajero en forma de tortuga.
Ni la transformación de los patrones aflictivos de nuestra mente ni el llegar a traer beneficio duradero a innumerables seres suceden en un par de meses, ni en un par de años.
En una cultura contemporánea en la que somos llamados al éxito repentino y a buscar un provecho inmediato, ser constantes en el trabajo para alcanzar nuestros objetivos y pensarlos en una línea de tiempo extensa, nos es incómodo y poco familiar.
Por eso cuando pierdo el entusiasmo y caigo en la pereza del autodesprecio (sí: en la Psicología Budista es un tipo de pereza), creyendo que no soy capaz de lograr mis metas, mi maestro me recuerda sobre el inigualable tesoro de la inteligencia discriminativa que poseemos como humanos, que es la mayor riqueza de la que podemos gozar. Y sobre cómo con ella en esta vida las causas de toda la felicidad que deseamos podemos aprender a cultivar.
Entonces evoco a la tortuga. Respiro. E intento ajustar mi motivación para continuar.
Espero les sea de beneficio esta reflexión de algún modo. Me pareció oportuno compartirla entre tanto avasallamiento de comerciales que incitan a la ansiedad por volvernos “la mejor versión de nosotros mismxs” ya mismo, certificaciones para ser maestros y terapeutas triunfantes en unos meses y promesas de iluminaciones espontáneas.
¿Y si nos volvemos tortugas alegres moviéndonos lenta, humilde y constantemente hacia nuestras metas?
Un abrazo a cada uno desde Dharamsala 🤍