Uno de los pensamientos realistas que me es de mayor utilidad para soltar mis preocupaciones fútiles, las paranoias por qué pensarán o dirán otros de mí y los berrinches por situaciones cotidianas que no se ajustan a mis deseos, es el recuerdo de la impermanencia y la muerte.
Lleva tiempo acostumbrarse a cortar con el drama al que la mente está habituada al hacerse problema por todo: amargándose por aquello que a corto plazo uno no puede cambiar, estando en una actitud defensiva ofendiéndose por la más mínima provocación percibida, aferrándose a las opiniones e ideas propias como náufrago al mástil del barco existencial de la mente autocentrada. A veces, en trises de lucidez al percatarse de su pavada mental, una se ríe de sí misma, y halla en esa risa emergida de la consciencia el remedio más eficaz. En ocasiones, en mi pequeña experiencia, acordarme de la propia finitud también puede desatar la carcajada en un acto de auto-complicidad, y así ayudarme a dejar ir la pesadumbre mental.
Desarrollar la capacidad de ponerse límites a uno mismo y superar nuestros hábitos emocionales nocivos es también una práctica de auto-cuidado. ¿Cómo les resulta a ustedes recordar el carácter perecedero de la vida para apaciguar de forma temporaria el drama mental? Que aprendamos a hacer de nuestra efímera vida humana una experiencia significativa para nosotros y todos los demás. Que junto con la compasión y la sabiduría, aprendamos a cultivar la liviandad y la alegría.
Abrazo amoroso a cada uno desde Dharamsala 🤍